Oculto bajo un Disfraz




CAPITULO I



Llevaba días planeando ese viaje, y hasta ahora se había dado tiempo para realizarlo, ya no podía darle largas al asunto, tenía que ver a Trisha. Aunque sabía que ella regresaría con él, en el momento en que lo viese, no podía dejar de pensar en que había sido muy desconsiderado con ella y que se merecía una recompensa. Tal vez la llevara a cenar a un lugar exclusivo y lujoso o le comprara alguna joya.
 Habían pasado más de tres meses desde que ella irrumpiera en su hogar y en su trabajo sin permiso y él no le había prestado la más mínima atención. La razón de ello, era que había tenido unos problemas muy graves con un empleado que estaba robando las fórmulas de los medicamentos que se elaboraban en su empresa. Y no tenía tiempo para ella. Suponía que era por eso por lo que se había marchado sin dejar siquiera una nota.
Llegaría al aeropuerto en unos minutos y aunque ya estaban a finales de octubre Dominic no había querido que el chofer prendiera la calefacción del taxi, disfrutaba mucho del ambiente que empezaba a tornarse más frío cada día. Quizás este año las nevadas llegaran antes de navidad.
Las puertas del Aeropuerto Internacional Logan de Boston se abrieron automáticamente para que él pasara, las miradas de muchos que estaban ahí se tornaron hacía él. No solo de mujeres que lo miraban con deseo, sino también de hombres que lo veían con admiración.
Dominic Coleman era muy conocido en el mundo de la farmacéutica, pero sobre todo como el soltero más codiciado de la ciudad. Siempre había tenido muchas mujeres a su alrededor, y todas querían casarse con él. Solo que en ese momento no le interesaba contraer matrimonio o tener una  familia más grande de la que ya tenía. Muy a pesar de sus casi  treinta años y de los deseos de su familia, sobre todo de los de su madre.
Quería dedicarle un poco más de tiempo a su negocio y aunque ya estaba muy bien consolidado, actualmente había tenido unos cuantos problemas en su empresa que pretendía desterrar.
 Y como él siempre pensaba que lo mejor era hacer las cosas lo mejor que se pudiera, no quería casarse y descuidar la empresa que su bisabuelo había fundado hacía más de cien años.
 O peor aún, casarse y descuidar a su familia por estar en la empresa. No quería hacer eso, además que Trisha tampoco pretendía casarse con él. Simplemente la pasaban bien juntos y tal vez algún día, más adelante, si se casaran. Pero por lo pronto, no.
Caminaba por el pasillo y sabía que levantaba murmullos de admiración de las personas en la sala de espera. Se sabía atractivo pero no era arrogante, su abuela le habría golpeado el trasero, si alguna vez hubiese pensado en portarse de tal forma. La abuela los había criado a todos, hijos y nietos con humildad y sencillez, no con la arrogancia que en muchos infundía el dinero.
Quería llegar al mostrador de la recepcionista para preguntar a qué hora exacta saldría el vuelo hacía su destino. La señorita estaba con una sonrisa esperando a los pasajeros, pero su sonrisa se ensanchó aun más cuando miró acercarse a Dominic.
  – Buenas tardes, señor Coleman – dijo la joven con una sonrisa que casi se escapaba de su rostro, parecía que había visto una estrella de cine– ¿en qué podemos servirle?
 –  Quisiera preguntar por el vuelo 202 a New York– anunció Dominic con una sonrisa, le causaba gracia que la joven casi se derritiera frente a él – ¿Me podría decir si va a salir a las dos de la tarde como se había programado?
– Lamento tener que decirle esto, señor Coleman – contestó la joven con una cara un poco apesadumbrada – pero se canceló porque hay mal tiempo en New York, y la pista de aterrizaje está cerrada. En esas circunstancias el avión no podrá despegar. Lo peor es que no sabemos cuándo se pueda programar el vuelo. Lo siento de verdad, ¿era muy urgente?
 – Algo. De igual forma, muchas gracias – Dominic se dio la media vuelta y estaba por marcharse cuando la joven lo detuvo.
 – Espere, señor – le dijo con una sonrisa más amplia que la anterior – si lo desea puede dejarme su número de teléfono y yo le aviso cuando los vuelos se reanuden – Dominic se volvió para responderle.
 – Muchas gracias, – sabía que la joven solo se ofrecía a hacer eso para conseguir su número, no quería darle una falsa impresión así que rechazó su oferta – pero creo que mandaré a mi asistente por un nuevo billete de avión cuando pueda desocuparme de mis negocios nuevamente.
Dominic se dio la vuelta para marcharse, pensó que debería buscar otra manera de viajar, pero no importaba mucho. Trisha entendería que estaba ocupado con los laboratorios y la verdad es que en estos momentos estaba muy ocupado con una campaña de promoción de unos medicamentos nuevos.
Tal vez iría a verla unas semanas antes de Navidad. Ya que encontrara una nueva asistente ejecutiva, porque su actual empleada se casaría en seis semanas y pretendía dejar la empresa después de la boda para irse de luna de miel.
Ahora solo restaba conseguir un taxi y volver al trabajo, si lo hacía de prisa llegaría antes de las tres de la tarde.


*  *  *


¿Cómo es que había llegado a hasta esa situación? La pregunta no era cómo, sino por qué.
Porque amaba demasiado a su familia y no quería que les pasara nada malo. Porque, a pesar de ser la más joven de los Sullivan– Larson se sentía la más responsable de todos. Y, porque desde joven, tenía un talento especial para meterse en más problemas de los que le gustaría reconocer.
Así que allí estaba, Andrea Sullivan, parada frente a un edificio de acero y cristal que se erigía imponente en medio de toda la manzana. Si hace un par de semanas le hubieran dicho que estaría metida en tremenda situación, se habría reído de incredulidad.
Pero, ahí estaba, dispuesta a salvar el pellejo de su medio hermano, Joe Larson, y el de ella misma.
Solo a Andy se le ocurrían ideas tan descabelladas. Hubiera podido huir, como Joe. Irse lejos y olvidarse del tema, pero ella no era así. Además de que no quería dejar la ciudad de la que se sentía parte. Donde había crecido feliz, hasta la muerte de su madre. Donde tenía a la única amiga del mundo. Y donde, a pesar de no tener trabajo y ni un céntimo en el bolsillo, disfrutaba vivir.
No pretendía darles gusto a los ladrones que chantajeaban a su hermano. Unos hombres sin escrúpulos que pretendían obligar a Joey a formar parte de una banda criminal que se dedicaba al espionaje empresarial. Robando fórmulas de los medicamentos que Joey producía para uno de los laboratorios farmacéuticos más importantes del país, Coleman Labs.
Solo hacía un par de días que Joey y Luke, padre de Andy y padrastro de Joey, habían dejado Boston para dirigirse a Florida, después de un infarto al miocardio de Luke, habían decidido irse a radicar al estado del sol.
Pero Andy sabía la verdad, sabía que Joey lo había hecho para alejarse del problema que representaban Rufus y el resto de la banda criminal. Andrea había insistido en quedarse y cuando encontrara trabajo y le diesen vacaciones había prometido visitarlos, ya que Joey no le dijo cuánto tiempo estarían él y Luke en el estado del sur.
Así que ahora estaba ahí, caminando de punta a punta en la acera, mientras hacía tiempo afuera del edificio de enfrente. Esperaba que el guardia de los laboratorios donde Joey trabajara hasta hace una semana se descuidara para poder pasar sin que la vieran. Era el edificio más grande de toda la manzana, ¿Cuántos pisos tendría? ¿Veinte, treinta? Tal vez más.
Se veía majestuoso con un letrero enorme que decía “Coleman Labs” y con grandes ventanales de cristal oscuro. Ella no podía percibir nada hacía adentro, pero lo más probable es que ya la hubiesen visto desde las oficinas ahí parada. Tenía que actuar rápido, se dijo.
Pero justo cuando se disponía a poner en marcha su brillante plan, para salir del embrollo en que Joey sin querer había metido a toda la familia, el guardia volteó a verla y le sonrió a modo de saludo. La miraba con curiosidad, tal vez pensaba que Andy era una admiradora del señor Coleman, siendo tan apuesto como lo era, probablemente tenía a las mujeres de media ciudad a sus pies.
No se decidía a entrar, así que lo único que pudo hacer fue seguir dando vueltas por otros diez minutos más. Si seguía así, pronto haría una zanja en la acera. Se miró los pies, inspeccionándose de que todo estuviera en su lugar, como si no supiera que era así.
 Traía unas hermosas sandalias blancas que hacían juego con su vestido azul cielo, llevaba una cinta blanca en la cintura y otra igual en su cabello. Como empezaba a refrescar el ambiente a pesar de ser las dos de la tarde llevaba un hermoso suéter blanco.
Obviamente  Andy jamás compraría un vestido como aquel. Ya que en su guardarropa solo había jeans, camisetas y dos trajes sastre de muy baja calidad, y eso porque se lo exigían en su trabajo anterior como secretaria del gerente de una empacadora de pescado. Que por cierto, después de haber faltado a trabajar por cuidar a su padre en el hospital, la había despedido.
No, ese vestido no era de ella, su amiga Suzy se lo había prestado. También la había peinado y maquillado, ese era un aspecto en la vida de Andy en la que era un verdadero desastre. Nunca había podido aplicarse más maquillaje que la barra de labial que traía en el bolso, y eso cuando traía el bolso y se acordaba de guardarlo en él. Pero solo porque en su trabajo también le pedían maquillarse, cosa que Andrea odiaba sobremanera, pero que tenía que hacer a regañadientes.
Tal vez eso se debía a que Andy realmente nunca tuvo una madre que le enseñara como ser una chica delicada y femenina, que se supone enseñan las madres. No, ella no tuvo una madre, solo a Emma y desgraciadamente Andrea se dio cuenta demasiado tarde de que Emma la amaba más que si fuera su propia hija.
 Tal vez si Andrea hubiese sabido eso antes, fuese más femenina, haber platicado de chicos, maquillaje, fiestas, ropa a la moda, todas esas cosas que las chicas comparten con su madre o con sus hermanas mayores, pero Andy nunca le dio la confianza a su madrastra para hacerlo.
Reparaba en algo que nunca había notado, es gracioso como una persona piensa en cualquier cosa cuando tiene que hacer algo y no se decide, es como para ocupar la mente y olvidar lo que se tiene que hacer, al menos por un momento.
Andrea notaba en ese instante que  por primera vez desde que su madre había muerto, ella llevaba el cabello suelto. Lo tenía hasta la cintura, le caía como una cascada de rizos castaños sobre la espalda y aunque Andy media poco más de un metro ochenta sin tacones, se sentía delicada con ese aspecto. Labios y mejillas rosadas, con sus preciosos ojos azules enmarcados por sus espesas pestañas.
A sus veintidós años nunca se había vestido así, ni para la graduación del Instituto. Jamás se había quitado sus jeans ni su larga trenza.
Y ahora con vestido y cabello suelto hasta la cadera. Ironías de la vida. Siempre se había negado a hacer algo como eso, pues pensaba que si la sociedad decía que para que una mujer fuese notada tenía que ser femenina y delicada, entonces ella no iba a darle gusto a quienes pensaban así.
Quien iba a decir que justamente para salvar a su hermano tenía que hacer lo que más odiaba, dar la razón al estereotipo de mujer delicada.
Andy nunca hacia nada de lo que le sugerían, de hecho tenía más de doce años sin cortarse el cabello, solo porque Emma se lo insinuó. A veces su amiga Suzy la convencía para despuntar el cabello, pero solo eso. Andy no soportaba que nadie más le tocara sus rizos.
Aunque la verdadera y oculta razón es que lo último que hizo Sarah, su verdadera madre fue peinárselo en una trenza, le había dicho que tenía el cabello más hermoso que podía existir. Eso era lo último que recordaba de ella, porque después simplemente murió.
A Luke no le había afectado mucho, ya que pocos meses después se había casado con Emma, la madre de Joey. Que aunque al final terminó queriéndola como a una madre, jamás sustituyó al recuerdo de Sarah. Emma le había pedido en incontables ocasiones que le dejara peinarle el cabello, pero Andy de la forma más amable posible siempre había rechazado su oferta. No quería herirla, pero Andrea pensaba que su cabello era el lazo que más la unía con su madre.
De pronto un movimiento hizo que Andy saliera de sus pensamientos, el guardia estaba mirando su reloj. Instintivamente Andrea se volvió hacía el suyo, faltaban cinco minutos para las dos de la tarde, probablemente sería ya la hora del almuerzo y los empleados saldrían del edificio. Ese era el momento que Andy aprovecharía para entrar.
Minutos después llegaba un hombre más joven vestido de color café, como el otro guardia, se saludaron, intercambiaron unas palabras y el guardia que la había saludado hacía solo unos minutos, se quitó la gorra y entró al edificio, el más joven pareció dudar un momento, pero segundos después se introdujo también dentro de los laboratorios Coleman. Esta era su oportunidad se dijo Andy, era el momento perfecto y no podía desaprovecharlo.





                                                                       CAPITULO II



Andrea cruzó corriendo la calle que la separaba del edificio, contaba con solo unos segundos para entrar en él. Abrió la puerta de cristal oscuro y se escondió detrás de una planta que se encontraba en el vestíbulo.
Desde ahí podía ver a tres personas, el guardia que saludó a Andy,  el guardia joven y, la que creía Andy, sería la recepcionista. Andrea no podía escuchar de qué hablaban, pero de pronto el guardia joven se despidió y volvió a su puesto de trabajo. El guardia que saludó a Andy también se despedía y salía por una puerta lateral a la recepción.
El primer obstáculo estaba librado, nadie la había visto, aunque el problema sería escapar a los ojos de las cámaras que vigilaban el vestíbulo. Ahora que los guardias se habían retirado, solo tenía que huir de la vista de la recepcionista sin que las cámaras la captaran. Pero eso era mala idea, ¿Qué tal si creían que ella era una ladrona? No, lo mejor sería pedirle una cita a la recepcionista para ver al señor Coleman.
No obstante, ¿qué le iba a decir? “Hola soy Andy, vengo a avisarles que una mafia dedicada al tráfico de medicamentos tiene amenazada a mi familia y necesito unas fórmulas para que no nos maten” pues claro que no. Con esa información lo único que lograría es que la internaran en un psiquiátrico antes de poder llegar al segundo piso.
Recapacitó, lo mejor sería seguir con el plan original, ahora que Joey había presentado su dimisión en la empresa farmacéutica ya no corría peligro. En cambio si ella terminaba con lo que tenía que hacer pronto dejaría de sufrir de esos dolores de cabeza, al pensar que el horrible hombre llamado Rufus le pondría una bonita bala en medio de las dos cejas. Lo mejor sería poner manos a la obra, se dijo Andy.
Miró que había tres cámaras de seguridad en el vestíbulo y que el elevador estaba justo enfrente del mostrador de la recepcionista, cuando ésta se dio media vuelta para recoger unos papeles, Andy se dispuso a correr con las sandalias en la mano. Pasó justo debajo de la cámara, pero en ese momento el elevador se estaba abriendo, sin darse cuenta, de la nada, salió una puerta para suerte de Andy. La abrió enseguida y  descubrió que eran unas escaleras, unas benditas escaleras.
Bueno, se dijo, y se echó a andar, al menos así no la descubrirían, era extraño que con tanta seguridad en el edificio no hubiesen puesto cámaras también en las escaleras, pero eso sería demasiado.
Empezó a subir por ahí, las escaleras eran un gran túnel con pasamanos incrustados en las paredes, había  pequeñas lámparas al terminar cada piso y estaba una puerta que te marcaba el piso correspondiente, los escalones eran de concreto y algo amplios, pero alguien con claustrofobia probablemente se moriría ahí encerrado. Si ella que no sufría de esa fobia, empezaba a sentirse incómoda, y eso que solo llevaba algunos escalones arriba.
Casi sin aliento Andy había llegado al tercer piso. Todavía faltaban cinco pisos más. Había subido los escalones de dos en dos y corriendo prácticamente, hasta creía que había impuesto una marca, por la rapidez con la que iba. Solo tenía poco más de cinco minutos en el edificio y ya casi llegaba.
Se le había dificultado mucho conseguir la información de Joey, él no quería decirle nada de la empresa. Pero sin su ayuda jamás hubiese dado con el piso, ni con la base de datos del laboratorio en el que le tocaba trabajar a Joey, y mucho menos habría dado con la computadora en la que estaba almacenada la información que Bruce Lewis, el anterior colaborador de Rufus y ex-compañero de trabajo de Joe, quería venderle a la banda criminal.
 Al menos la hora de la comida ya estaba cerca y probablemente nadie estaría en las oficinas.
Andrea dio un suspiro de alivio cuando por fin llegó al octavo piso, ahí se suponía estaba el laboratorio donde Joey y Bruce trabajaran hasta hace poco. Pero su alivio fue aun mayor al descubrir que estaba sola, no había nadie alrededor, todo estaba desierto. Andy no podía creer su buena suerte.
Abrió lentamente la puerta del laboratorio y se introdujo sin hacer el menor ruido posible, ahí los cristales no eran oscuros, al contrario eran casi invisibles. Había grandes mesas largas con una cantidad de artefactos de cristal y metal que Andrea no conocía. Lo único que reconoció fueron los modernos microscopios que estaban sobre las mesas.
Había un pasillo al lado de las mesas que daban hacía una puerta, ésta si tenía los vidrios oscuros y no podía ver hacía adentro, pero sospechaba que ahí era donde se archivaban los nuevos descubrimientos y por lo tanto allí debía estar la información que Lewis pretendía robar.
Se le hacía muy extraño que todavía no se dieran cuenta de su presencia ahí, le agradaba pensar que no sería descubierta pero, era increíble que con tanta seguridad ella hubiese llegado hasta el laboratorio y la computadora y nadie se hubiese percatado de ello.
De todas maneras Andy sabía que debía darse prisa, no podía confiar en que no le descubrirían, y además no sabía a qué hora regresarían de almorzar los trabajadores.
Pronto, el alivio dio paso al pánico. Era cierto que había sido muy buena en sus clases de computación, pero nunca pensó que sería tan difícil entrar a la información almacenada y destruirla. Porque ese era el plan inicial.
Cuando Andy encontrara la información la destruiría, para que nadie pudiera robarla. Sin Joey en la ciudad no habría porque ligarlo con eso. Rufus ya no podría chantajear a nadie más y a ella con una pinta de modelo, jamás nadie la reconocería aunque la tuvieran enfrente. Sí, todo estaba resuelto.
Lo único que la apenaba un poco es que iba a dañar a la empresa, porque no podía negar que la empresa y el señor Coleman perderían la información y mucho dinero. Sin embargo, siempre podría hacer la investigación de nuevo y si ya habían dado con la información una vez, lo haría nuevamente.
 Así todo se resolvería con el menor daño posible.
Llevaba diez minutos tratando de entrar en la base de datos de la computadora y simplemente no podía. La contraseña era muy difícil, no daba con ella. Andrea ya se estaba desesperando y esa era una mala señal, porque cuando Andy se desesperaba dejaba de pensar y cometía muchas tonterías.
 De pronto, del otro lado de la puerta llegó un ruido, se asomó por una esquina del cristal transparente y ahí los vio. Eran cinco guardias, que buscaban laboratorio por laboratorio, puerta por puerta y probablemente lo que buscaban era a ella. Pronto darían con el laboratorio en el que ella estaba y la descubrirían.
Tenía que actuar rápido, si la descubrían nadie creería su historia. Y aunque la creyeran, si se daban cuenta que pretendía destruir la información almacenada la meterían a la cárcel sin dudarlo un segundo. El tiempo se le agotaba y no sabía qué hacer, las ideas se le estaban terminando y la presión del momento no la dejaba pensar.
Repentinamente una idea cruzó su cabeza, era absurda pero tal vez funcionara. Corrió y se encerró en el cuarto donde estaban las computadoras. Empezó a desconectarla, y con un pequeño artefacto de metal, que no sabía que era, pero que había tomado de una de las mesas del laboratorio y que sabía que le serviría, empezó a destornillar el CPU de la computadora.
Cuando por fin pudo abrirla desconectó con mucho cuidado el disco duro de la unidad, lo envolvió en la tira de tela blanca que traía en el cabello y lo guardó en el bolso de mano. Cuando estaba por salir de ahí corriendo se dio cuenta que los guardias iban a entrar a ese laboratorio, estaba perdida. Ahora sí la creerían ladrona, con el disco duro en su bolso, jamás pensarían que ella solo quería proteger a su familia.
Sentía que le faltaba el aire, prácticamente la habían encontrado ya, no había nada más que hacer, cerró los ojos y esperó lo peor. Como si hubiera muerto, toda su vida pasaba ante sus ojos y pensaba que si salía de eso hablaría con Luke y le pediría perdón por ser tan egoísta y rencorosa.
Pero no podía darse por vencida tan fácilmente, no, tenía que pensar en algo y tenía que ser rápido para lograr escapar, lamentándose no saldría de su problema.
Abrió la puerta despacio, muy despacio y muy poco. Cuando estuvo abierta lo suficiente para que ella pudiese pasar sin ser vista, se deslizó por el suelo hasta llegar a una de las mesas, se escondió detrás de ella y con ese abrupto movimiento sintió como la tela del precioso vestido de Suzy se desgarraba. Aunque eso no era lo importante, luego se lo pagaría.
Trató de hacer el menor ruido posible y aguzó el oído para escuchar lo que los guardias decían.
–Tiene que estar por aquí, – escuchó decir a uno de los uniformados– es el único lugar que falta de revisar.
–El señor Coleman nos despedirá si no la encontramos – dijo otro.
–Tú tuviste la culpa– señaló un tercero– si no hubieses estado jugando, diciendo que esa muñequita no podría hacernos nada y la hubiésemos detenido cuando salimos del elevador, nada de esto estaría pasando.
– Ya, dejen de culparse, así no arreglarán nada.
– ¡Hey!–  señaló despacio otro de los guardias que se había acercado al cuarto de computadoras donde Andy había estado– esta puerta está abierta, debe estar aquí, no hagan ruido, la sorprenderemos.
Sin saber que Andrea había escuchado toda su conversación, se acercaron lentamente a la puerta de cristales negros y la abrieron de golpe. Los cuatro guardias entraron rápidamente al lugar, pero lo único que vieron fue la computadora desmantelada. Ese  instante lo aprovechó Andy para salir de su escondite. Lo hizo lo más rápido que pudo, sintiendo que el corazón se le iba a salir por el pecho.
Cuando creía que estaba salvada y que había llegado a las escaleras, se dio cuenta que un quinto guardia la había visto. Le gritó para detenerla, pero ella corrió aun más rápido. Empezó a bajar los escalones de tres en tres a brincos, probablemente el grito del quinto guardia había alertado a los demás y pronto le darían alcance. Sentía una desesperación inaudita, creía que no podía escapar y mientras más corría más extensa se le hacía la escalera, pensaba que nunca terminaría de recorrerla.
– ¡Deténgase señorita!, ¡deténgase!
Pero Andrea no estaba dispuesta a dejarse atrapar. Tropezó con un escalón que no alcanzó a saltar y por poco pierde el equilibrio, por culpa de ello, una uña del pie se le arrancó y empezaba a sangrar. Sabía que si paraba a revisarse el pie los guardias le darían alcance, por eso corrió con más rapidez. Saltaba los escalones sin darle importancia al dolor que sentía ni a la sangre que derramaba sobre el concreto. Cada vez iba con más rapidez y no podía detenerse, no podía dejar que la atraparan.
Sentía que los pies le dolían y las piernas le flaqueaban pero no podía parar, no debía parar. A lo lejos escuchó la voz del guardia que le gritaba nuevamente para que se detuviera, lo más seguro es que los otros se hubiesen bajado por el elevador y ya la estuvieran esperando en la recepción.
 No podía darse por vencida, tenía que salir de ese embrollo, si ya había llegado tan lejos no podía rendirse, no, se negaba a aceptarlo. Estaba a punto de llegar a la puerta que daba hacía el vestíbulo cuando miró al guardia solo unos pasos atrás de ella, sentía que los pies descalzos le sangraban, pero no debía detenerse.
 La puerta que daba al vestíbulo ya se alcanza a ver, estaba a solo unos cuantos escalones de alcanzarla, pero todavía no podía darse por salvada, tenía que librar a los otros guardias y a la recepcionista.
Cuando miró la luz del vestíbulo al abrir la puerta sintió un enorme alivio, pero solo le duró un segundo, el elevador estaba a punto de abrirse y los guardias saldrían por él. Se dio cuenta que la recepcionista la miraba con ojos sorprendidos y el quinto guardia salía de las escaleras detrás de ella, todo se había acabado, la habían atrapado.
Pero no todo estaba perdido. Recordó la puerta por donde el guardia que la había saludado salió a la hora de la comida. Era una puerta que estaba a un costado del escritorio de la recepcionista, tal vez la llevara al cuarto de guardias, pero total, de todos maneras ya la habían alcanzado.
Ante la mirada atónita de la recepcionista y la de los guardias que acababan de bajar por el elevador, Andy echó a correr de nuevo.
– ¡Señorita, alto!, ¡deténgase por favor!– gritaba desesperado el guardia, pero estaba loco si creía que Andrea de verdad se detendría.
En cuestión de segundos Andy se encontró en un amplio cuarto, estaba oscuro pero su vista pronto empezó a acostumbrarse a la poca luz y pudo distinguir las siluetas que estaban ahí. Se trataba de autos, si, debía ser el estacionamiento, Andrea se había salvado.
– Gracias, Dios– dijo Andy en un susurro, apenas podía respirar y sentía que los pulmones le iban a explotar– no puedo creer que haya dado con el estacionamiento. Gracias, Dios.
Sin embargo, si ya estaba segura que no la encontrarían estaba equivocada, todavía no salía del edificio. Así que cabía la posibilidad de que la atraparan, la puerta del estacionamiento que daba a la calle se estaba abriendo.
 Demonios ¿Cuántos guardias había en esa empresa? Un nuevo guardia entraba por la puerta que se acababa de abrir, instintivamente se agachó a un lado del coche que estaba parqueado ahí. Se trataba de un coche negro deportivo, no sabía de qué marca, porque no veía casi nada en la oscuridad. Pero era el único coche negro que estaba estacionado.
Uno de los vidrios del coche estaba abajo, y para que no la descubrieran con el disco duro de la computadora en su bolso, sin pensar, lo arrojó dentro del coche.  Respiraba con gran dificultad, se sentía muy agotada y no sentía ni los pies sangrantes ni las piernas, debido al esfuerzo físico.
 Justo en ese momento, los guardias que ya la habían visto agachada a un lado del auto, corrieron hacía ella. Andy emprendió la huida nuevamente, apenas con fuerzas para continuar, pero sabiendo que de eso dependía su seguridad. Pasó por entre los coches, en medio de los gritos de los guardias y salió triunfal por la puerta que segundos antes el nuevo guardia había abierto.
 Por fin estaba en la calle, había escapado y no lo podía creer, aunque no debía darse por salvada todavía. Seguramente los guardias seguían aún tras ella. Corría por la acera que rodeaba la empresa sin voltear atrás, cuando un auto amarillo, que debía ser un taxi, tapó la entrada al estacionamiento impidiendo que los guardias salieran a perseguirla.
Los pies le sangraban y le escocían, pero había escapado, no podía creer su buena suerte.
Había visto demasiadas películas de acción, donde los ladrones, que tenían causas justas y eran honestos, siempre salían triunfantes. Había pensado que eso ocurriría con ella. Había pensado que por alguna extraña conspiración celestial, todo le saldría bien. Pero no fue así.
Ahora entendía por qué esos protagonistas de películas, trazaban sus planes con muchísima anticipación y se hacían acompañar de especialistas que los ayudaran, pues echar a andar un plan sin pies ni cabeza y pensando que nada malo podría ocurrir, probablemente la llevaría a la cárcel más rápido que al mismo Rufus.
Además de que no podía ir haciendo las cosas sobre la marcha, debían estar especificadas con antelación. Solo por pura suerte la había librado. No por su habilidad o su increíble ingenio, solo había sido suerte.
Tardó un poco en darse cuenta que tenía un nuevo problema que resolver. Ahora tenía que recuperar el bolso con el disco duro y las sandalias que Suzy le había prestado, ya que al emprender la huida las había dejado dentro del laboratorio.
 Estaba bastante lejos ya de la empresa, probablemente ya no la alcanzarían, pero tenía que ir a casa a ponerse otra ropa y curarse los pies.
No quería pensar en que tendría que regresar a la empresa a rescatar las cosas que había dejado. Esa sería una nueva dificultad, pero se ocuparía de ello más tarde. Por lo pronto, solo quería sentarse y recobrar el aliento que había perdido.
 Respiraba entrecortadamente y estaba totalmente despeinada, con el maquillaje corrido por el sudor que resbalaba por su rostro. Debía parecer una indigente, lo único rescatable era el precioso vestido de Suzy, a pesar de que estaba rasgado cerca de la rodilla derecha. Era una lástima tener que deshacerse de él, ya que si la descubrían vestida así, rápidamente la reconocerían.
 Después de dos minutos en que había dejado de correr, para poder reponerse, echó a andar. Tenía que llegar al pequeño cuarto que le alquilaba a una anciana, y eso quedaba al otro lado de la ciudad. Dios, se le hacía eterno el camino a casa.



CAPITULO III



Dominic Coleman era un hombre paciente, increíblemente paciente. Pero ese día, de verdad, que se le estaba acabando esa paciencia de la cual se enorgullecía.
Primero se le había arruinado el viaje que haría a New York.
Segundo, Lois, su asistente le había avisado en el último minuto que la boda se había adelantado y que en dos semanas se casaría así que necesitaba un permiso para irse de luna de miel mucho antes de lo planeado. Justo cuando más la necesitaba. Esperaba poder encontrar el reemplazo de Lois antes de que ésta se fuera.
Tercero, cuando llegaba a su empresa, a su edificio, una loca se había atravesado por delante de su taxi y el chofer chocó contra su Lamborghini negro por no atropellarla.
 Y por último lo peor, esa loca no solo lo había hecho chocar, sino que además era una ladrona prófuga que había escapado de seis guardias de seguridad de su empresa con una información que no solo podría arruinarle la empresa, sino también su reputación. Debería despedirlos a todos por su ineficaz forma de cuidar su edificio, pero de sobra sabía que no la haría
Parecía león enjaulado cuando Lois, su asistente desertora le habló por el intercomunicador.
– Señor Coleman, Willy, el jefe de guardias ya está aquí– Lois esperó a que el señor Coleman le contestara, pero no lo hizo, debía estar realmente enfadado – ¿Le digo que pase, señor?
– Si, hazlo pasar – Respondió secamente.
Seguramente para ese momento, ya todo el personal estaría enterado de lo que había sucedido. A pesar de que hubiera sido mejor que nadie supiera nada, para evitar fuga de información. Sin embargo, solo los guardias sabían exactamente qué había pasado. Nadie, excepto ellos y el señor Coleman, sabían que era lo que la castaña de vestido azul había hecho en la empresa.
 Lois cortó la comunicación y se dirigió a Willy con una mirada que el jefe de guardias interpretó como de tristeza.
Tal vez el señor Coleman había decidido echarlo de la empresa sin tomar en cuenta los treinta años que llevaba trabajando allí. Pero si lo despedía bien merecido se lo tenía. Solo se había descuidado veinte minutos en lo que almorzaba  y se había vuelto loca la empresa, parecía una pista de carreras y no un laboratorio.
– Dice el jefe que pases– Lois dio un suspiro– de verdad lo siento mucho Willy, el jefe está furioso.
– Yo lo siento más, de verdad.
–  Mucha suerte.
El jefe de guardias era un hombre bajito, regordete, de muy buen carácter. En las fiestas de navidad se vestía de Santa Claus, muy real, que divertía a todos los hijos de los empleados. Tal vez esta próxima navidad no sería así, tal vez ya estaría fuera de la empresa y eso realmente le daba una nostalgia terrible.
Se acercaba a la puerta y podía sentir como el jefe estaba dando vueltas por su oficina. Lo más probable es que querría explicaciones y todavía no sabía que le iba a decir para justificar su error. Lo que si tenía claro era que si no lo despedían, él renunciaría a la empresa, era obvio que ya se estaba volviendo viejo y negligente y que ya no podía con su trabajo.
Tocó la puerta en tres ocasiones y obtuvo como respuesta una contundente voz.
– Adelante.
Willy abrió la gran puerta de cedro y miró a su jefe parado  enfrente de su escritorio de granito, recargado en ella tan calmado como si fuese cualquier día normal de trabajo, pero en su mirada se notaba que estaba iracundo y que solo se contenía de gritarlo por el respeto que le tenía a su jefe de guardias. Willy pensó que ese respeto se debía más a su edad que al trabajo que había realizado, porque Willy estaba completamente seguro de que era incompetente.
– Pase Willy, – dijo Dominic moviéndose de donde estaba para dejarle sentarse en las sillas que estaban frente al escritorio – siéntese – le señaló, haciendo lo mismo en su silla.
– Gracias señor – contestó Willy, quitándose la gorra y sentándose donde el jefe le indicara.
– Supongo que ya sabrá para que lo llamo.
– Si, señor – contestó Willy, ahora si estaba seguro que lo despediría.
– Pues bien – le dijo Dominic mirándolo fijamente – quiero que me diga exactamente que pasó, como pasó y porque pasó. Lo escucho, nadie nos interrumpirá.
Willy dio un suspiro y se dispuso a narrar lo que sus subordinados le habían relatado.
– Lo que pasó fue que hace una hora aproximadamente una señorita estaba parada en la acera de enfrente, se nos hizo un poco sospechoso porque volteaba con insistencia hacía acá, pero jamás pensamos que pasaría lo que sucedió.
– ¿Pero qué fue lo que pasó? – Dominic lo instó a seguir.
–  Esa chica aprovechó un descuido del guardia de la entrada para introducirse en el edificio. Cuando fue captada por las cámaras de seguridad dos de los chicos bajaron por el elevador. Pero la joven ya estaba subiendo por las escaleras de servicio. Pensamos que ella no llegaría muy lejos por ahí, así que los chicos subieron de nuevo por el elevador a tratar de interceptarla, cuando las cámaras mostraron que estaba en el octavo piso, cinco de los guardias se dispusieron a buscarla, laboratorio por laboratorio. Pero ella fue más rápida, – Willy tomó un respiro para continuar, pero la cara de Dominic que pasaba del asombro a la furia lo estaba poniendo nervioso, era obvio que se le hacía increíble lo que Willy le relataba – cuando los chicos la encontraron en el quinto laboratorio ella ya había desmantelado una de las computadoras.
– ¿Y cómo es que nadie la pudo detener? – entre más escuchaba Dominic, más se impacientaba.
– Creo que fue porque se escondió en el laboratorio y cuando los chicos entraron al cuarto de las máquinas, ella salió corriendo. Frankie la miró y trató de detenerla pero ella bajó corriendo por las escaleras y aunque el muchacho corrió tras ella y los otros chicos por el elevador, no lograron alcanzarla. Cuando estaba en el vestíbulo salió por la puerta del estacionamiento y lo demás usted ya lo sabe.
– ¿Lo que trata de decirme es que esa chica simplemente entró y salió de mi empresa y ustedes no pudieron detenerla?
– Así es señor. Lo siento mucho – dijo Willy con cara de pesar – y me gustaría aprovechar el momento para presentarle mi renuncia.
Dominic se quedó pensando antes de darle una respuesta, se volteó en su silla a mirar por la ventana, tenía enfrente una magnifica vista de la Bahía de Massachusetts.
– No, no te irás – dijo Dominic – ni tu ni ninguno de tus muchachos.
– Pero señor... pensé que estaría muy disgustado por lo que pasó y que preferiría que nos fuéramos.
– No te voy a negar que lo pensé. Pero en realidad quiero que se queden porque ustedes y Janeth fueron los únicos empleados que la vieron y los necesito aquí para que la localicen. Quiero a esa chica lo más pronto posible en esta oficina con mi información. Así que póngase a trabajar, quiero los videos de seguridad desde que esa chica estaba en la acera de enfrente y quiero que la encuentren – dijo Dominic con la voz un poco fuerte, alterado aun por lo que había pasado.
– Si, señor – le contestó Willy con una sonrisa, esa orden era la mejor noticia que había tenido en todo el día desde que apareció la señorita del vestido azul – ya verá que la atrapamos, gracias señor.
Willy salió de la oficina con una sonrisa, Lois se sorprendió mucho al verlo.
– ¿No te despidió?
– Para nada, al contrario quiere que todos nos quedemos para resolver esta situación de la mejor manera posible.
– Me alegro mucho por todos.
Lois le sonrió afectuosamente al guardia cuando se retiraba. De repente sonó el intercomunicador.
– Lois venga para acá – le ladró una voz por el aparato.
– Si, señor, ya voy – contestó ella muy educada y tomó su libreta de notas, se levantó y se dirigió a la oficina del jefe – creo que no se le ha pasado el coraje– dijo en voz baja, más para ella que para Willy que ya se había retirado.


*  *  *

Ya había pasado casi una hora desde que Andy  llegara de su odisea. Andrea le alquilaba una habitación a una señora mayor que insistía en que la llamasen tía Julie. Eso se le hacia un poco extraño a Andrea, pero había mucha gente con manías en la ciudad.
Otra cosa extraña era que, a pesar de llevar dos meses viviendo en esa casa, ella era la única inquilina. Pero suponía que pronto llegarían más.
Además estaba el hecho de que la “tía Julie” prácticamente la había arrastrado a vivir a su casa. Se habían conocido un par de semanas a atrás, en el supermercado. Andrea le contaba a Suzy que iba a tener que dejar el apartamento que alquilaba por que una plaga de ratas había invadido todo el edificio.
En ese momento la señora Julie intervino en la conversación y le dijo que ella alquilaba habitaciones de su casa, a bajo precio y curiosamente estaba situado muy cerca del antiguo trabajo de ella, ese del que la despidieron hacia solo dos semanas.
Suzy había insistido en que no se mudara con la señora, en que se fuera a vivir a su departamento y ambas pagaran el alquiler, pero el departamento de Suzy era exageradamente pequeño. Solo tenía el baño y dos habitaciones. Una habitación servía de sala-comedor-cocina y la otra era el dormitorio.
Así que con dudas y recelos, y después de ver la casa de la señora, Andrea accedió alquilar la habitación que la anciana le ofreciera. Aclarando que solo sería por poco tiempo.
La señora se había sorprendido de verla llegar así, tan desaliñada y lo único que a Andrea se le ocurrió fue decirle que había sido víctima de un asalto y que había tenido que correr descalza por la ciudad para poder escapar. No le gustaba mentir, pero no quería involucrar a más personas en  sus problemas. Además de que aun no la conocía lo suficiente como para confiar en ella a ese grado.
Mirándose los pies, que habían quedado hechos un desastre, se puso a pensar. Tenía que idear algo nuevo para poder regresar a la empresa, el problema era como hacerlo sin que la reconocieran.
Porque si lo hacían, no iba a poder poner un pie ni siquiera en la acera de toda la cuadra. Razonaba en ello con los pies apoyados en la pared y recostada en el piso de su cuarto, cuando timbró su móvil. Al momento que miró la pantalla de su teléfono reconoció que era el número de su amiga.
Suzy y ella se habían conocido tres años atrás, en las bancas del Boston Common. Ambas solían ir allí a leer el periódico buscando trabajo. Se hicieron muy amigas después de darse cuenta que ambas vivían solas en la ciudad y que ninguna tenía trabajo. Empezaron a apoyarse mutuamente, logrando una fuerte amistad, al grado de que Andrea la consideraba la hermana que nunca había tenido.
Suzy había dejado su pueblo natal para labrarse un futuro, quería entrar a la universidad, desgraciadamente en tres años no había tenido suerte. Pero siempre decía que lo intentaría hasta que lo lograra. Sin embargo, no iba a desaprovechar que ya estaba en la ciudad y había instalado su propio negocio. Tenía un salón de belleza justo en la planta baja del edificio donde alquilaba el apartamento. Solo así Andrea se explicaba que viviera en esa ratonera.
La historia de Andrea era diferente. Ella no tenía sueños de estudiar, solo de sobrevivir. Boston era si ciudad natal, ahí vivían su hermanastro y su padre. Ahí había crecido junto a su madre primero y con su madrastra después. Pero si vivía sola, era simplemente porque había abandonado la casa de su padre. Después de que muriera Emma, la madre de Joey, Luke no había tardado en casarse con su secretaria.
Una mujer que bien podría ser la hermana mayor de Andrea, pues no llegaba a los treinta años. Incluso Andrea sospechaba que Luke y Jennifer eran amantes antes de que Emma falleciera. Por eso se había ido de su hogar, por eso le guardaba rencor a Luke y por eso había prometido no poner un pie en su antiguo hogar hasta que Jennifer no viviera ahí.
– Hola Suzy, ¿Cómo estás?– pregunto Andy a su amiga – que bueno que me hablas, estaba por hacer eso yo misma.
– ¿Si? Solo hablaba para decirte que mis padres tuvieron un compromiso que atender y no iré a Norwood a visitarlos todavía, creo que siempre si me iré hasta mediados de noviembre o tal vez hasta diciembre – explicó su amiga – ¿Tú, que querías decirme?
– Lo que pasa es que tuve un accidente con tus sandalias y tu vestido– Andy esperó un segundo por si Suzy decía algo, pero como no lo hizo prosiguió– quería verte para explicarte lo que había pasado.
– Podemos ir al Café Rose, para platicar.
– Si, eso me agradaría muchísimo, nos vemos en una hora ahí.
Ya no sabía que más intentar hacer, ahora para salir del embrollo, tenía que recuperar las sandalias de Suzy y el disco duro de la computadora. Tal vez su amiga le ayudara a idear un plan, pero no quería involucrarla a ella en eso, y tampoco creía que su amiga se tragara el cuento del asalto, en fin tendría que verla para saberlo.


Cuando Andy cruzó la acera caminando como si tuviera un año, a traspiés y con muy poco equilibrio, Suzy ya la estaba esperando. Estaba sentada en una de las mesas del pequeño café y se sorprendió mucho al verla.
El café era un sitio muy agradable, pequeño pero elegante, con unas cuantas mesas en la acera y otras dentro del local. Contaba con una barra-mostrador donde estaban envases con galletas, las más deliciosas que Andrea había probado en toda la ciudad, además de que su capuchino era increíble.
Suzy se paró de su silla cuando Andrea se acercaba a la mesa, para ayudarla a sentarse. Porque aunque no usaba muletas, era obvio que los pies los traía hechos un desastre y apenas podía pisar con las sandalias que traía puestas.
 Hubiese sido mucho más cómodo que Andrea usara un vestido o unos pantaloncillos cortos en vez de traer los jeans doblados hasta la rodilla. Viéndola con humor, Andy hasta se veía un poco ridícula, pero eso no le quitaba gravedad al asunto.
– Andy, ¿Qué fue lo que te sucedió?–preguntó Suzy con cara de preocupación– no pensé que hubiese sido tan grave.
– No es nada Suzy, solo tuve un accidente. – le contestó Andy al momento de sentarse, pero por la cara de Suzy estaba segura que no le creería nada de lo que le dijera.
– Si claro, ¿crees que vas a poder mentirme a mí? Yo te conozco, por si no lo recuerdas.
– Mira Suzy, solo quería decirte que siento mucho lo de tu ropa y que te la pagaré, pero en realidad no me pasó nada.
– Mira Andrea, si crees que me engañas, estás muy equivocada. Pero está bien, si no quieres decirme no hay problema, respeto tu silencio.
Andy estaba por decir algo pero no pudo, porque la camarera se acercaba a ellas.
– Buenas tardes, ¿puedo servirles en algo?– preguntó la mujer.
– No – contestó secamente Suzy – a mi no, ya  me voy– Suzy se puso de pie para retirarse, pero Andy la detuvo.
–  Señorita ¿puede dejarnos solas un momento?, después la llamamos para ordenar – le dijo Andy a la empleada, la mujer se dio media vuelta y se retiró, cuando estaba lo suficientemente lejos como para no oírlas, Andy le habló a su amiga.
– No quiero que te enfades conmigo, Suzy.
– No es que me enfade – replicó la joven – simplemente no me tienes la confianza para decirme que te pasó y eso me duele. Llegas aquí caminando como bebé, porque no puedes ni pisar la acera, traes los pies vendados hasta la pantorrilla y no quieres que me preocupe. Eso es muy raro Andy, si no te conociera diría que la mafia te estuvo torturando para que les dieras alguna información.
–  Suzy, créeme, no estás muy lejos de la verdad – le dijo Andy con una sonrisa de preocupación – te contaré lo que pasó, pero por favor no quiero que le digas nada a nadie, ¿de acuerdo?
– Por supuesto, – interrumpió Suzy, levantando la mano hizo una seña para llamar a la mesera – pero primero ordenemos un café.
Andrea no le explicó todo para no preocuparla ni involucrarla. Pero Suzy no era tonta y aunque no le hizo más preguntas de lo que le contó Andy, era obvio que no estaba muy convencida con lo que le había dicho.
Pidieron la cuenta a Ruth, la mesera, y se despidieron. Suzy le pidió un taxi a Andrea para que la llevara a casa y ya no se lastimara más los pies, le recomendó que se cuidara y le dijo que pronto iría a visitarla.
Andrea ya estaba sentada dentro del taxi, pero reflexionó un momento, todavía era temprano para ir a casa. Así que le pidió al chofer que se desviara de la ruta, no quería ir directamente a casa de la tía Julie, prefería visitar primero otro lugar.

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